Escribía Walter Benjamin en su Libro de los pasajes, que el coleccionista «actualiza concepciones arcaicas de la propiedad que aún se encuentran latentes». Estas concepciones estarían vinculadas al tabú en la medida que éste es una forma primitiva de propiedad y, en el proceso de apropiación del objeto, éste se volvería algo sagrado. Esta lectura parece tomar todo el sentido con la apertura de la Bourse de Commerce en París, por lo que implica la relación entre obra de arte y propiedad privada (el conjunto de obras expuestas forman parte de una colección privada) pero también por toda la dimensión sagrada que ha tomado este espacio desde su apertura. Hasta la campaña publicitaria, más propia de una marca de lujo que de un museo, estaba dirigida a no mostrar, potenciando así ese rasgo misterioso propio de lo sagrado, siguiendo la definición de Rudolf Otto. El resultado ha sido sin duda efectivo, visto lo difícil que era conseguir hora para acceder durante las primeras semanas de su apertura.
La visita a la Bourse de Commerce, que alberga la colección privada de François Pinault, es en sí misma casi una peregrinación. El antiguo edificio ha sido restaurado y transformado por el arquitecto japonés Tadao Ando, manteniendo elementos del antiguo edificio, como la columna construida en el siglo XV para el hôtel de Catalina de Médici o los frescos de la cúpula. Quizá lo más impactante, lo más difundido por redes sociales, lo más mediatizado, (diremos, por seguir el juego con los términos, lo más profano), sea la impresionante rotonda con los frescos coloniales de época restaurados y las esculturas en cera de Urs Fischer, que durarán el tiempo que dure la exposición de apertura. La amplitud del espacio, la monumentalidad de la obra central y la cúpula en vidrio que cubre la rotonda consiguen centrar la atención de cualquier visitante. Todo el recorrido diseñado a través de las galerías parece reforzar una y otra vez la centralidad simbólica de este lugar.
Mucho más interesante que fijar la mirada en ese punto espacial, en cierto modo vacío, es pensar de qué manera las imágenes coloniales y representaciones de la circulación económica, de cuerpos sometidos a la explotación del trabajo y a la mirada conquistadora, mantienen una relación con las obras que se exponen: desde los cuerpos negros excluidos en la cultura popular que reivindica Kerry James Marshall hasta la realidad de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos a partir de la cual se inspira David Hammons, a lo largo de las galerías sobrevienen todas estas imágenes que no parecen exponerse con un discurso contextualizado, explícito con el lugar que las contiene (a excepción de una jaula metálica de Hammons expuesta ante un mapa del siglo XIX de las rutas de comercio en occidente).
La calidad e interés de las obras expuestas y lo que representa el acceso a ellas hace de la Bourse de Commerce de París una parada casi obligada entre los museos y centros de arte de la capital francesa. Las fotografías de Michel Journiac, Louis Lawler, Sherrie Levine, Richard Prince, Cindy Sherman y Martha Wilson de la galería 3 que abordan cuestiones de género, identidad, sexualidad y activismo o las galerías que incluyen las obras de Miriam Cahn, Xinyi Cheng, Peter Doig, Marlene Dumas, Antonio Oba, Thomas Schütte o Rudolf Stingel entre otros artistas, hacen de esta apertura un evento casi religioso en el mundo del arte. En toda esta muestra, no queda exento un trabajo que tiene que hacer el visitante que quiera escapar de todo el fasto para descubrir que lo que intentan abordar muchos de los y las artistas de la colección está mucho más cerca de nosotros que el fuego que poco a poco consumen las esculturas de cera.
Artículo publicado en el #788 de la revista El Ciervo