Quisiera no hablar más de la cuenta, no decir de más. Quisiera también no errar ni ser inoportuno ante el recuerdo de alguien tan admirado, respetado y querido como Jonas Mekas. Sin embargo, si me atrevo siquiera a juntar algunas palabras es por lo cercano que lo he sentido tanto tiempo, durante la lectura casi obsesiva de tantos de sus textos así como durante el visionado, en una suerte de entrega incondicional, de sus películas.
Mi agradecimiento hacia Mekas es inmenso. Si bien durante la universidad ya había estado en contacto con su trabajo, no fue hasta 2015 que me sumergí de lleno en su obra de un modo casi obsesivo y ésta me desbordó. Decía que mi agradecimiento hacia Mekas es inmenso porque fueron precisamente sus textos y sus películas los que me acompañaron y me ayudaron durante un proceso de duelo repentino y doloroso. A pesar de la distancia inconmensurable entre mi situación personal y la de un exiliado de origen lituano, que pasó por campos de trabajos forzados escapando de los totalitarismos y acabó viajando hasta Nueva York donde tuvo que resistir a trabajos precarios y las hostilidades de una ciudad de esas características, a pesar de todas las diferencias, sus palabras e imágenes fueron un consuelo en mi “tranquila desesperación”, que diría Thoreau. ¿Cómo hacer frente a la falta irreparable de un ser querido? ¿Cómo afrontar la propia vida y algo tan inmediato como el día a día sin desmoronarse y pareciendo un ser mínimamente funcional? Probablemente Mekas daría dos respuestas a cada una de las preguntas y cada respuesta se contradeciría entre sí. En cualquier caso, Mekas jamás ha estado dispuesto a vivir una vida abatida y sin esperanza. Sería de una banalidad insultante recordar a Mekas como una de esas personas que viven cada momento al máximo, que extraen de cada segundo de vida un segundo de felicidad. Mekas hace frente a una vida que disgrega, asedia, una vida en la que es muy fácil perder un anclaje –si es que alguna vez hemos conseguido realmente uno. Por supuesto que la vida nos está guardando momentos de dolor y sufrimiento pero, sea lo que sea esta vida, en ella se pueden vislumbrar momentos de felicidad y belleza. Quizá no podemos ni debemos entender la vida ni la muerte, quizá lo único que está a nuestro alcance es intentar aprender a vivir.
I don’t know what life is. I know nothing about what life is. I have never understood life, the real life. Where do I really live? I do not know. I do not know where I come from, where do I go. Where am I, where am I? I do not know. I do not know where I am, and where I am going to and where I’m coming from. I know nothing about life. But I have seen some beauty, I have seen some brief… Brief glimpses of beauty and happiness… I have seen, I know. I have seen some happiness and beauty.
Escribía Mekas en su diario el 18 de julio de 1950, ya en Nueva York, sobre lo duro que es estar y sentirse solo. Tengo la impresión de que Mekas, muy probablemente por haber sufrido las consecuencias de los totalitarismos, es uno de los creadores que mejor encarna esa soledad que, según Lacan, es lo que se escribe por excelencia. A pesar de este canto a la belleza y a la felicidad, Mekas ni ha perseguido ni se ha contentado con las promesas ingenuas de una perfecta satisfacción sino que ha dado testimonio de cuan precario y pobre es el ser humano, que sólo puede aspirar (¡ni más ni menos!) que a esos “brief glimpses of beauty”. Esa soledad radical que experimenta Mekas en diversas ocasiones de su vida a pesar de estar acompañado por su hermano Adolfas, por su familia, por nuevos y viejos amigos, –como Ken Kelman, James Broughton, P. Adams Sitney, Peter Kubelka–, por artistas, por la comunidad del cine independiente, esa soledad radical permite articular una lógica de la incompletitud, siempre abierta al porvenir y a lo que se ha dejado por el camino. En efecto: nada es todo. ¿Cómo si no podrían convivir propuestas tan dispares dentro de esa comunidad del cine independiente? Precisamente por esta aceptación de lo otro en tanto otro.
Escribía Jonas Mekas en una de las entradas de su diario personal que lo que él buscaba era la falta de importancia, hacerse cada vez menos. Qué extraordinaria la capacidad subversiva de Mekas que aun queriendo hacerse menos, consiguió hacerse más –más libre, más público, más ejemplar… Con Mekas solamente coincidí en aquel calurosísimo junio de 2017, en el que vino a Madrid durante el festival Filmadrid. El encuentro, tan improvisado como precipitado, no duró más de diez minutos. Sin embargo, las personas que lo han conocido mejor y con las que he tenido ocasión de hablar sobre él elogiaban, ante todo, su gran generosidad: hacerse menos para que los demás pudieran ser más. Mekas sabía que ser invisible o formar parte de una minoría no significaba ser menos esencial para el ser humano y, por esa razón, demostró que, como decía Whitman, “los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más grandes de la Historia”.
Documento 354 publicado en la página web de Brumaria el 27 de enero de 2019 con motivo de la muerte Jonas Mekas.