Empecé a pensar en este artículo antes de visitar la exposición, pero el tono era muy distinto. Asistí a la exposición Agnès Varda. Fotografiar, filmar, reciclar, en el Centro de cultura contemporánea de Barcelona, que está abierta hasta el 8 de diciembre, sabiendo que encontraría gatos, playas, espejos… pero también cruces de realidades y ensueños, como sugiere el título del libro de Imma Merino.
Algo que me llamó especialmente la atención fue la relación entre tres de sus películas: L’Opera Mouffe (1958), Sans toit ni loi (1985) y Les glaneurs et la glaneuse (2000). Estas películas no sólo reflejan la evolución del cine de Varda, recorriendo prácticamente toda su trayectoria, sino que también son un testimonio audiovisual de la pobreza y de personas que sobreviven con los mínimos recursos.
La obra de Agnès Varda se caracteriza por una profunda sensibilidad hacia las personas más desfavorecidas y una mirada humanista que las retrata con absoluta dignidad. L’Opera Mouffe, documenta la vida cotidiana en la Rue Mouffetard en 1958, cuando Varda estaba embarazada de su primer hijo. Entre la festividad y la rutina de la calle, la cámara capta los rostros y cuerpos que la habitan, mostrando la crudeza de sus experiencias diarias. Un gesto similar comparte Sans toit ni loi, esta vez desde la ficción, cuando Varda explora la dureza de la vida en la pobreza y las complejidades de la exclusión social. A través de la protagonista, Mona, interpretada por Sandrine Bonnaire, se retrata ahí la pobreza de una manera realista sin romantizarla ni victimizarla. De nuevo, mediante un lenguaje más próximo al documental, Les Glaneurs et la Glaneuse acompaña a las personas que sobreviven recolectando restos de alimentos y objetos desechados. Con este filme, Varda ofrece una reflexión sobre el consumo, el desperdicio y la supervivencia en los márgenes de la sociedad capitalista, ofreciendo un espacio de enunciación a quienes son invisibles para el resto de la sociedad.
Cuando volví a ver esta última película con motivo de la exposición en el CCCB (la última vez que la vi pudo ser perfectamente en 2011), pensé en el trabajo de la artista Andrea Büttner, cuya obra vi hace un par de años en el Museo Reina Sofía. Andrea Büttner se interesa por la gestualidad humilde del mendigo y las relaciones sociales que se establecen al margen de la vida contemporánea. Su obra, veo ahora claramente también como la de Agnès Varda, conecta con una austeridad y sencillez que supone una resistencia a la sociedad del hiperconsumo. Esto me recordó también al texto del antropólogo Emilio Santiago Muíño, La lujosa pobreza (2020), que escribió en forma de carta a su amigo el pensador ecosocialista Jorge Riechmann. Redactada desde el futuro, el autor presenta el concepto de “lujosa pobreza” como una forma de vida austera pero enriquecida culturalmente, donde la sostenibilidad y la justicia social son los pilares fundamentales. La carta describe cómo las comunidades han reorganizado sus vidas en torno a la sostenibilidad, la vida comunitaria y la reducción de la dependencia del consumo material.
Como sueña Emilio Santiago Muíño en su texto o Agnès Varda a través de sus películas, no podemos olvidar los espacios comunes, basados en lenguajes íntimos, más allá del consumo y las transacciones económicas, para hacer más llevadera nuestra existencia alrededor de las pasiones que nos unen unas con otras.
Artículo publicado en el #807 de la revista El Ciervo