«En una gota de agua
buscaba su voz el niño.
No la quiero para hablar;
me haré con ella un anillo
que llevará mi silencio
en su dedo pequeñito.»El niño mudo (Canciones 1921-1924), Federico García Lorca
Un dedo pequeño.
Pequeñísimo.
Como la forma que permanece y luego blanco. Y luego verde.
Como la voz que acompaña.
En ese roce, dejar de ser piedra.
O carne.
O humano.
Ser otra cosa.
En la exposición Mi voz en su dedo más pequeñito, Mikel Adán Tolosa plantea la superfície escultórica como un lugar de encuentro entre cuerpos. Pensar en la posibilidad de tocar el vacío con la mano. Buscar la voz, como en la canción, en una gota de agua. Buscarla con un mano tan pequeña que no llega a rozar las paredes.
Aquí, la relación entre superfícies se revela como algo más complejo de lo que pareciera. Se trata de una cuestión de cohabitación, de dejarse afectar por las formas sin nombre, por los materiales que se niegan a obedecer categorías. Las formas se desplazan de sus territorios. Como sugiere el artista, las formas se vuelven más animales cuando eran vegetales, más minerales cuando eran animales, más humanas cuando eran artificiales. Así, al alterar la lógica del material original, emerge otro lenguaje y otras formas de relación: los objetos, las imágenes, las esculturas, no existen por separado antes de relacionarse, sino que surgen a través de su relación.
Mi voz en su dedo más pequeñito parte también del gesto de redimensionar cuerpos. Como quien susurra a un objeto muy pequeño, Mikel reduce y amplía las formas y así, entre la escultura y la imagen, se producen versiones paralelas. Las piezas –de sal, alabastro, mantequilla…– no ocultan su materialidad y tampoco se limitan a ella. Un pie de mármol votivo reducido en una postal, una mano que sostiene un pequeño pez de río sobredimensionados, un soporte que es también paisaje.
La composición escultórica en esta exposición propone un mapa de fragmentos que cuestiona la jerarquía entre soporte y figura. Las peanas, desprovistas aquí de su función de presentación, funcionan como plataformas con vocación de horizonte, que modulan la manera en que las formas se nos aproximan. Esta relación con la escala activa una extrañeza perceptiva que desfamiliariza las formas originales. Algunas parecen mármol, pero son sal, otras conservan las huellas del proceso que les dio forma –desde el trabajo con los moldes hasta las marcas de desbaste y corte en las piedras–, otras aún retienen la vibración de un gesto o de una fotografía. Todo parece conservar algo de su metamorfosis.
La superposición en este paisaje de objetos e imágenes introduce una dimensión adicional en la lectura de las obras. Algunas piezas combinan fotografía y escultura, otras yuxtaponen materiales que pertenecen a registros distintos. Esta estrategia permite que una misma forma adquiera múltiples identidades, según con qué se combine o dónde se sitúe. Las obras se presentan de este modo como capas que se afectan las unas a las otras y generan sentidos nuevos. Así, como el fósil de un animal marino convertido en piedra, una misma forma se topa con dos identidades diferentes. O tres. O más.
Y de nuevo un dedo pequeño.
Pequeñísimo.
La voz suspendida
busca quedarse ahí.
En el roce,
y en el roce cambiar la forma.
Dejar de ser una materia reconocible.
Ya no es piedra.
Ni carne.
Ni humano.
Ser, por fin, otra cosa.
Exposición de Mikel Adán Tolosa en Dilalica. Comaisariado de Sergi Álvarez Riosalido. Del 25 de junio al 31 de julio de 2025.