Rosalía durante la promoción de Motomami
19.05.2022

El despropósito de la alta cultura revista El Ciervo

Sí, el álbum de Rosalía, Motomami, es alta cultura. O, si lo prefieren, la necesidad de distinguir entre alta y baja cultura es un debate completamente estéril. Sin embargo, parece que obviedades como que la tierra no es plana hay que repetirlas y defenderlas sin darlas por hecho. Intento decir con esto que, este texto que están leyendo, que se plantea como una modesta respuesta a dos artículos publicados por Rafael Narbona en El Cultural sobre el último álbum de Rosalía, me parece que entra en un debate inexistente pero aún así presente.

Ante todo, me parece peligroso que la «incapacidad de apreciar nada estimable en Motomami» de una persona en particular, como confiesa el propio autor, se convierta en la base para afirmar directamente que este disco no sea música ni arte, sino marketing y entretenimiento. Personalmente, encuentro insufribles muchas obras de Bill Viola o Jeff Koons pero jamás me atrevería a decir que no son arte, por mucho marketing que haya detrás de ellas. Pensar las obras sin considerar que todas, incluso las que se incluirían en el grupo llamado alta cultura, se incrustan en un cierto sistema económico y de marketing supone amputar directamente un miembro fundamental de éstas.

Pero Narbona va más allá y parte de una definición de alta cultura para justificar que Motomami no entra dentro de ella. Según él, lo que caracteriza la alta cultura es «su ambición formal, su capacidad de innovar sin desperdiciar las enseñanzas de la tradición, su afán de conocimiento, su profundidad al hablar de los grandes temas: el bien, la belleza, el ser humano, Dios». Cualquiera que haya dejado de lado sus prejuicios, incluso los seguidores más fervientes de los anteriores discos de Rosalía, para acercarse a esta obra de arte habrá podido comprobar que Motomami entra de lleno en la descripción del autor. La misma referencia a Boticcelli en la portada del álbum anticipa algunos de los (grandes) temas que se encuentran en el disco como la fugacidad de la vida, el amor, la belleza, la fidelidad, la relación entre lo humano y lo divino, el deseo…

Motomami respeta la tradición en cuanto a temas pero también en cuanto a formas musicales. Aquí es donde entra la compleja relación entre «continuidad y ruptura», siguiendo la formulación de Javier Aparicio, y la ambición formal del proyecto. Es la lectura que Aparicio hace del Ulises de Joyce la que me parece que resuena completamente con el espíritu de Motomami. Tanto Joyce como Rosalía crean desde la broma, con un sentido lúdico que atraviesa las dos obras. Pero también ambos toman técnicas, temas y referencias existentes en la tradición y llevan sus posibilidades estéticas a un límite que puede resultar difícil de aceptar para un cierto público, para quienes puede suponer incluso un despropósito.

Me limito a justificar, siguiendo los argumentos del autor, por qué Motomami podría ser alta cultura. Pero si me preguntan, les diré que no creo en absoluto en esta distinción (o que existe en tanto que estrategia de dominación). Obras y trayectorias como las de Séraphine Louis, Jeanne Tripier o Andy Warhol, por citar a algunos artistas, demuestran que, lo que era un despropósito o una excrecencia, en un momento dado de la historia supuso un punto de inflexión en la historia del arte. El mismo Rabelais, siguiendo la lectura que hace Mijaíl Batjín, desbarata las nociones de alto y bajo en el siglo xvi incluyendo la risa, el carnaval y lo grotesco en su obra como forma de resistencia a una dominación de la cultura oficial. Quizá antes de asumir clasificaciones reduccionistas, lo que debería exigirse de un crítico cultural es un esfuerzo de interpretación y una menor condescendencia por géneros o expresiones denominados populares.

Artículo publicado en el #793 de la revista El Ciervo

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