Siempre supone un reto mayúsculo para un museo o un centro de arte conseguir llegar a un gran público sin banalizar las obras, los discursos, las y los artistas que se exponen. Bien podríamos entrecomillar ese “siempre” porque no ocurre todas las veces que desde las instituciones se evite caer en las exposiciones-evento de masas, que, por otro lado, contribuyen en muchas ocasiones a la viabilidad económica de estas mismas. Podríamos rectificar y decir que, siempre que hay una cierta preocupación por no reducir el fenómeno artístico –con toda su complejidad y todas sus aristas– a lo meramente económico, supone un reto mayúsculo llegar a un gran público sin banalizar obras, discursos, artistas.
A principios de septiembre de este año la Haus der Kulturen der Welt (HKW) de Berlín inauguraba la exposición Aby Warburg: Bilderatlas Mnemosyne – The Original, la restauración de la última versión documentada de 1929 del Atlas de Warburg con las imágenes originales de las planchas. El riesgo de una exposición de estas características reside en la polarización que puede producirse tanto a nivel de discurso como de presentación de las piezas. Nada tiene de malo pretender hacer divulgativo un autor o su obra, como tampoco intentar presentar una lectura más compleja, menos concurrida que aquella que presentan ciertos gurús de la historia del arte. El peligro, en todo caso, estaría del lado de la fetichización y de la clausura del sentido con tal de querer proponer una lectura extremadamente simple o extremadamente engorrosa aun cuando se trata de una exposición que tiene el éxito asegurado tan sólo con el título.
A pesar de que Aby Warburg sea un verdadero sismógrafo de la historia –término que él mismo empleaba para hablar de autores como Burckhardt o Nietzsche–, alguien capaz de detectar los movimientos subterráneos de ésta, como bien refleja su proyecto del Atlas, no deja de ser susceptible que el acercamiento a su obra pueda ser reduccionista, por buenas que sean las intenciones de esta aproximación. Es por ello que, ante una exposición como la que podemos encontrar en la HKW de Berlín, es necesario volver y reivindicar, a pesar incluso de la reiteración, un legado complejo pero que no por ello sea exclusivo de una élite intelectual reducida.
Afirmaba Roland Recht, editor de la publicación en francés del Atlas Mnemosyne, que la memoria encontraba en la biblioteca y en las imágenes del Atlas un modo de espacialización, un lugar en el que Warburg exteriorizaba su pensamiento a través de relaciones de libros e imágenes específicas pero cambiantes. Este carácter dinámico del pensamiento y de una memoria revisitada y cuestionada es un legado fundamental de Warburg, quien, a lo largo de su vida, modificó continuamente la ubicación de los libros de su biblioteca e imágenes de su Atlas, que sólo fueron detenidos, congelados en el tiempo, una vez que Warburg murió. Su legado, por tanto, pasaría por no fijar obras, nombres, acontecimientos, en un pasado intocable en el que se cerca el sentido de éstos haciéndolos pasar por verdades absolutas.
La fascinación de Warburg hacia las imágenes estaba marcada por cómo éstas son capaces de expresar una pasión, la fórmula del pahtos, a la vez que se interioriza este impulso, este gesto arrebatado, en la experiencia de la visión. Esta dinámica bien podría ser la que nos acompañase al acercarnos a la obra de Aby Warburg con tal de no hacer de su legado intelectual un mero objeto inerte, porque la memoria exige crítica de la memoria, ser memoria viva: para que la memoria no nos sea arrebatada, debe ser ella arrebato.
Artículo publicado en el #784 de la revista El Ciervo