12.07.2022

Sobremesa Chiquita Room

«¿Quién desea acaso lo que no ha desaparecido?»

Anne Carson, Eros dulce y amargo (1986)

Hace poco descubrí que la poeta estadounidense Emily Dickinson era una panadera extraordinaria. Parece ser que Dickinson llegó a ganar un segundo premio en la Exposición de ganado de Amherst (Massachusetts) en 1856 por su pan de centeno indio y que su repostería era famosa entre la comunidad. A través de la cocina, pero en particular del pan y de la repostería, con sus cestas de pan de jengibre o con su black cake, Emily Dickinson expresaba su afecto y cariño a sus allegados porque comprendía hasta qué punto el pan fortalecía los vínculos entre las personas. La poeta se refería justamente a esto con la expresión de «el horno del amor» en una de las cartas a su amiga Sarah Tuckerman.

Con Sobremesa, la artista Liliana Díaz toma esta dimensión comunitaria para pensar de forma similar los vínculos que se crean alrededor de la comida, mediante el gesto de compartir el pan. Esta dimensión, absolutamente central en la cultura mexicana, nutre la propuesta de la artista, invitando al público a compartir un momento de encuentro comiendo los mismos alimentos. La comida –y la sobremesa en particular– se asocia a una forma de celebración, de compartir, una expresión de afecto entre los miembros de una comunidad y a un modo particular de enunciar en ese mismo contexto. La artista evoca el «neteo» y el hecho de «netear» –expresión mexicana que significa hablar con honestidad– como algo particular de estos momentos de sobremesa: hablar desde el cariño y la sinceridad a las personas que se quieren, compartiendo la comida y un afecto que permite expresar sentimientos que en otro contexto no se podría hacer de la misma manera.

El proyecto de Liliana Díaz se nutre de este momento comunitario, de celebración y de afecto, pero también de una tradición presente en la cultura mexicana según la cual se declara otro tipo de amor. Es aquí donde aparece el pan de muerto y el amor hacia los muertos. Existe un tipo de pan de muerto en Oaxaca que incluye figuritas que recuerdan a aquellas personas que ya han fallecido como muestra de cariño. Los muertos toman un espacio que han dejado de ocupar, se les hace un lugar en la misma comida. Este gesto resuena con la idea de Vinciane Despret según la cual «la primera pregunta que hacen los fallecidos no se inscribe en el tiempo, sino en el espacio» (1). Según Despret, cuando un ser querido fallece, hay que situarlo, hacerle un lugar donde cobijarlo para poder continuar la conversación. En esta tradición del pan de muerto, por tanto, se sitúa al muerto en el mismo alimento, de forma parecida a cómo las esculturas de Liliana Díaz se entrelazan con el pan, en un abrazo entre lo vivo y lo muerto, entre lo orgánico y lo inerte.

Liliana Díaz piensa el lugar de la escultura mediante la intervención del público en las esculturas mismas, pudiendo ingerir el pan que las constituye y compartiéndolo en la medida que participamos en una comida común. Pero a la vez que compartimos ese momento festivo, se hace desaparecer algo que constituye la propia escultura, evidenciando el vacío, los huecos y agujeros, como huesos a los que se les ha arrancado la carne. Las esculturas sin pan de Liliana Díaz evocan esas rocas erosionadas que revelan la transformación por los fenómenos naturales o los fósiles de coral, en los que los esqueletos se preservan permanentemente. De repente, emerge en las esculturas una dimensión casi mortuoria que evidencia el pan que ha desaparecido, que algo que colmaba el espacio ya no está allí. La sobremesa celebra la vida, el saberse juntos en ese instante concreto, pero siempre atravesada por una conciencia de finitud.

En un comentario de los poemas de Safo, Anne Carson cita un brevísimo fragmento de la poeta griega: «tú me abrasas» (2). Según Carson, el verbo empleado para la traducción bien podría haber sido otro que sugiriera una imagen particular de la cocina de la pasión, tales como hornear, tostar, asar, etc., en lugar de abrasar. En ese momento Carson remite al epigrama de Meleagro de Gadara, poeta del siglo I a.C., en el que habla de Eros como el «cocinero del alma». Y es que, como observa Carson, en toda la tradición desde la Grecia Antigua, «el deseo sólo puede ser por lo que falta, lo que no está disponible ni presente en nuestra posesión ni en el propio ser» (3). El deseo, como esta particular sobremesa instalada en Chiquita Room, se encuentra entre la paradoja que es la ausencia y la presencia, lo muerto y lo vivo, ese campo de fuerzas de la carne y el ser que se encuentra entre tú y yo.

Referencias

(1) Vinciane Despret, A la salud de los muertos, Editorial Cactus, Buenos Aires, 2021, p. 23.

(2) Safo, Si no el invierno. Fragmentos de Safo, Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2019, p. 99.

(3) Anne Carson, Eros dulce y amargo, Lumen, Barcelona, 2020, p. 37.

Texto de sala de la exposición Sobremesa (Chiquita Room, del 30 de junio al 30 de julio de 2022)

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