Quien haya visitado esta exposición se habrá encontrado con una cita de Lucio Fontana tomada de una entrevista que había hecho Carla Lonzi en 1967. En ella leemos: “El agujero es siempre la nada, ¿no? Dios es la nada (…); en la tierra pueden haber profetas, pero no dioses; Dios es invisible, Dios es inconcebible”. En la exposición Emociones. Imágenes y gestos del pasado y del presente en el Museo Frederic Marès de Barcelona, Victoria Cirlot, catedrática de filología románica en la Facultad de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra y comisaria de la exposición, nos invita a adentrarnos en los límites entre lo visible y lo invisible, entre la expresión del cuerpo y la carne y ese agujero que es la nada.
Quizá por mi interés y fascinación por las líneas de investigación de Victoria Cirlot, reconozco en la exposición un cierto gesto warburgiano al detectar un interés por cómo sobrevivien los gestos y cómo se superponen los tiempos. Aby Warburg (1866-1929) fue un historiador del arte alemán que desarrolló un proyecto extremadamente ambicioso e innovador como fue el Atlas Mnemosyne. Resumidamente, este Atlas consistía en un conjunto de paneles en los que Warburg organizaba imágenes de épocas diversas con tal de mostrar continuidades y transformaciones a lo largo de la historia. Así, aparecía el Pathosformel, la fórmula del pathos. Este término no es sencillo de traducir y en general se suele recurrir a “sufrimiento”, sin ser del todo exacto. En todo caso, el pathos remite a una apelación a las emociones, una cualidad de suscitar sentimientos ya sean de tristeza, compasión o ternura. No puedo extenderme en este punto, pero para el caso, el libro de Georges Didi-Huberman, La imagen superviviente (Abada, 2009) es una muy buena referencia para ampliar conocimientos.
En la exposición del Museo Frederic Marès, en cierto modo, se lleva a cabo una búsqueda del gesto similar, en este caso a partir de las esculturas religiosas del siglo XII al XVI de la colección, junto a obras de artistas contemporáneos como Lucio Fontana, Antoni Tàpies o Bill Viola. De la tristeza a la alegría, estas son algunas de las emociones presentes en la exposición que, además, se estructura en tres ámbitos: dolor, herida y gloria. Las esculturas de la Virgen María reflejan el motivo iconográfico de la Piedad que, encarnado en la figura de la madre, se ponen en relación con la pieza de Bill Viola, Observance (2002), en la que se observa la reacción de una serie de rostros afectados ante un acontecimiento que queda fuera de plano.
Continúa la exposición con la crucifixión y la herida de Jesucristo, una escena que puso las emociones en primer plano cuando la religión cristiana quiso poner énfasis en la pasión. Aquí las obras de Tàpies, Composició (1955), y de Fontana, Concetto Spaziale C 59 T 21 (1959), remiten al corte y a la herida, a las que Study of Emergence (2002) de Bill Viola aporta el dolor por una muerte cuando dos mujeres recogen el cuerpo de un hombre después de una inundación.
Finalmente, la gloria se aborda a través de la coronación de María junto a una instalación lumínica de Javier Riera, El lugar discontinuo (2021), en la que se proyectan una serie de formas geométricas que remiten a una perfección estructural y en el que se lleva a cabo un desprendimiento absoluto de toda referencia antropomórfica.
Con la exposición Emociones, Victoria Cirlot resalta aquello que Aby Warburg observó en sus investigaciones sobre el Renacimiento: la supervivencia del gesto, en este caso de las emociones, no tiene lugar de forma pasiva, sino que se produce una reelaboración sobre esa memoria mediante un proceso creativo y en continuo movimiento.
Artículo publicado en el #806 de la revista El Ciervo