En Sauf le nom (1993), el filósofo Jacques Derrida abría el libro preguntándose qué llamamos «nombre» y qué ocurre cuando damos un nombre. No se ofrece una cosa, dice, ni se entrega nada, pero ocurre algo similar a dar lo que no se tiene. La artista Margarita Azurdia (Guatemala, 1931-1998) era muy consciente de esa operación, de lo que implica recibir y darse un nombre. Ya fuera con su nombre de casada, Margot Fanjul, que abandonó una vez divorciada, o con el de Margarita Anastasia, tomando el nombre de la esclava de la imaginería popular brasileña, pasando por Una Soledad o Margarita Rita Rica Dinamita, esta artista demostró que pueden implicar cosas muy diferentes cada nombre que se recibe, se da y se toma.
Desde finales de noviembre de 2022 hasta mediados de abril de este año puede visitarse en el Museo Reina Sofía la exposición Margarita Rita Rica Dinamita, la primera monografía en Europa de esta artista guatemalteca, curada por Rossina Cazali, y una de las últimas exposiciones en el museo con Manuel Borja-Villel como director. Se trata de la obra, como sostiene Calazi, de una mujer que se abre con gran libertad en un momento en el que romper con los discursos patriarcales no era fácil, y así recurre a figuras femeninas como Gaia para enfrentarse a las imágenes dominantes.
Así como los diferentes nombres revelan una transformación de la propia Margarita Azurdia, su producción artística –que abarca pintura, escultura, ilustración, escritura, arte de acción, etc.– muestra también un proceso de cambio. La serie Geométricas, realizadas en los años sesenta, está completamente centrada en las formas geométricas y el uso del color, a partir de su interés por los textiles de Guatemala presentes en las diferentes etnias. Esta serie coincide con el Conflicto Armado Interno en Guatemala y, en cierto modo, su trabajo fue castigado por no abordar directamente y de forma crítica los acontecimientos sociales y políticos del momento. La preocupación e interés por llevar a cabo una práctica artística que abraza la tradición local, a pesar de no utilizar la actualidad como tema, está presente en esa serie, así como en las esculturas talladas en madera que interviene con reminiscencias a pueblos indígenas. Estas prácticas se verán ampliadas con su estancia en París donde empezará a interesarse cada vez más por la danza y el trabajo con el cuerpo, el movimiento y los rituales, y que se traducirá en la creación del Laboratorio de Creatividad en 1982, junto con los artistas Benjamín Herrate y Fernando Iturbide, ya en su vuelta de Francia.
La superposición de referencias, desde la cultura indígena hasta la religión católica, las danzas sagradas o el budismo, son algunos de los elementos que se entrelazan en el trabajo de Margarita Azurdia hasta su práctica más tardía. Es en los últimos años cuando Margarita profundiza más en la cuestión de las mujeres y la naturaleza. «Uno de los propósitos de esta ceremonia es evidenciar que nuestra actitud cultural de violencia al principio femenino es un reflejo y una extensión de la misma actitud hacia el planeta», sostiene la artista en uno de sus rituales. En esta transformación de los nombres, de las formas y de las prácticas, Margaritza Azurdia se mantiene firme en un compromiso que implica el rechazo a la violencia –la que sufren las mujeres, la naturaleza y las especies que la habitan. Desde esa posición absolutamente transgresora para su época y todavía a día de hoy, Margaritza Azurdia y su obra son un impulso transformador para pensar nuevos posibles, nuevos universos en los que curarnos y cuidarnos de todas las violencias.
Artículo publicado en el #797 de la revista El Ciervo